
Las casi 24 horas de viaje pasaron muy rápido entre conversaciones, cantos, oración, descanso…
Cuando llegamos a Taizé todo fue un mar de nervios, que se apaciguaron con nuestros cantos.
Los primeros días no entendía nada de lo que allí ocurría. Para mí el templo no era una iglesia, era una gran nave donde hacíamos oración, pero ya está. No sentía nada y conforme pasaban los minutos mi actitud era más pasota; entraba en la iglesia de cualquier manera, como si entrara en mi casa, no tenía ningún respeto hacia Dios.
¡Todo era tan diferente a nuestras iglesias...! Existe una gran iconografía y una ambientación basada en el juego de luces que hacen las velas y que invitan a la oración. Esto ya me parecía diferente, pero la gota que colmó el vaso e hizo que no entendiera (y por lo tanto mi actitud cambiara) fue la forma de hacer oración y asistir a misa; sin bancos ni sillas, todos sentados o arrodillados en el suelo, ¡qué raro es esto! pensaba entonces.
En esos momentos estaba desconcertada, porque había intentado prepararme para ese viaje y que fuera un acercamiento a Dios y veía cómo iban pasando los días y yo seguía igual, aquello cada vez me parecía más aburrido. A la vez estaba enfadada conmigo misma porque no entendía que me estuviera ocurriendo aquello, yo estaba acostumbrada a hacer oración diaria e iba muy ilusionada y esa sequedad no entraba dentro de mis planes. Aún así yo me abandoné en Dios y le dije que sólo Él sabía por qué me ocurría aquello.
Dios, que lo sabe todo, fue en mi auxilio y puso sus instrumentos a mi alrededor para que no me desviara del camino y Taizé fuera una experiencia inolvidable para mí. Conforme fueron pasando los días las dudas fueron desapareciendo y lo que antes no entendía, ahora no sólo lo entendía, sino que lo deseaba cada vez más.
Las oraciones de 45 minutos no eran ya eternas, sino que duraban 5 minutos para mí. Cada vez tenía más ganas de ir al grupo de reflexión y a pesar de vivir días de frío y lluvia, al final del día no había quejas para Dios, sino alabanzas. Allí no sólo rezábamos, también teníamos grupos de reflexión, talleres e incluso por la noche teníamos fiesta.
Para finalizar quisiera decir que Taizé ha cambiado mi vida, me ha hecho redescubrir una oración basada en el silencio. Me he dado cuenta que no necesito nada material para ser feliz, sólo Dios basta. He recordado qué es lo que verdaderamente importa en mi vida. Dios me ha confirmado el plan que tiene para mí y me ha dado mucho ánimo para seguir luchando por mis ideales.
Lo único que puedo hacer es darle gracias a Dios por sus instrumentos y por esta maravillosa semana alejada del mundo en que mi vida ha cambiado por completo.
¡GLORIA A DIOS!
Guadalupe.